Veteranas del contrabando de la posguerra relatan su dura vida por sobrevivir entre ambas márgenes del río.
De izq. a dha., Margarida Lourenço, Inés das Dores, Diana Gonçalves, María Melim y Anatalia Adelaida, en el viejo puente internacional. // J. Martínez
Mujeres de las localidades fronterizas de Tui y de Valença do Minho (Portugal) recuerdan su pasado de sacrificio, asumido como forma de ganarse la vida para dar de comer a sus familias. Tiempos cargando pesos casi insoportables en largas caminatas hasta Tui para mercadear con café, tabaco, huevos o jabón. De regreso, portaban hasta 50 kilos de pescado, abrigos de piel y el dinero de las ventas oculto en cabezas de merluza. Ahora mayores, recuerdan su pasado y no olvidan las horas que sufrieron en calabozos de la aduana de Valença. Dos de ellas llegaron incluso a ser sentenciadas a 90 días de prisión por ocultar 9 metros de paño enrollados en el cuerpo para no pagar en aduana. Hoy echan la vista atrás y recuerdan para FARO su pasado.
La "antigua cadeia", como ahora conocen a la que fue prisión, expone al público una muestra sobre las "trapicheiras", un quehacer ahora recordado por el documental "Mujeres da Raia", de Diana Gonçalves.
La tudense María Concepción Silva Martínez, María Piña; y las vecinas de Valença Inés das Dores Lourenço, María Melim, Anatalia Adelaida Brito y Margarida Lourenço Fonseca son antiguas "trapicheiras" que aún relatan en primera persona sus experiencias. Recuerdan a otras conocidas que ya fallecieron como Isaura da Fontoura, Águeda, Rosa María Vieira (Rosa Lata); Rosa da Costa (Rosinha Faria) y María Teixeira (María das Portas), que pasaba abrigos de pieles caros desde el antiguo comercio tudense de Rogelio. Clientas lusas con alto poder adquisitivo los adquirían en el referido comercio, que se diferenciaba por mostrarlos colgados de árboles del Paseo da Corredoira. Eran de visón, nutria y otras costosas pieles. Para pasar las dos aduanas, María das Portas se colocaba el abrigo bajo el suyo e iba caminando hasta la Avenida de Espanha, cerca del Consulado español, donde un taxi la llevaba hasta el domicilio de la futura propietaria de la prenda, residente en Braga, Viana u Oporto. María das Portas tenía cinco buenas razones para trabajar asumiendo riesgos: cinco hijos, después de enviudar de un guarda fiscal de la Alfándega valenciana.
Una enciclopedia viviente
La tudense María Piña, de 87 años, madre de 9 hijos, con 30 nietos y 18 bisnietos, llenaría una enciclopedia con toda su vida… Y sin aburrir al lector. "Empecé en esto a los 10 años para ayudar a mantener a mis 10 hermanos. Después me casé y seguí". Su memoria no falla. Recuerda que cuando tenia 13 años y estalló la Guerra Civil "traía desde Portugal a Tui pan, huevos, jabón, sopa, café y otros productos que compraba en tiendas de Valença". Después llevaba merluza a Valença: "Nos daban 5 pesetas por cargar 50 kilos sobre la cabeza hasta la entrada del puente. Allí lo recogía quien había comprado el pescado", recuerda. Se casó a los 19 años y se acuerda de que iba a pie hasta Tomiño a comprar para consumo de su casa 15 kilos de patatas que le costaban a 15 céntimos dos kilos. Su trabajo fuerte fue el traslado de café crudo (para que no se notase el olor), que cargaba en el tren hasta Monforte. "Lo llevaba en la mandrana (enagua con muchos y grandes bolsillos), con su bebé de 8 días de vida. Me acompañaba mi hijo Julio, de 10 años, para ayudarme, que siempre iba sin billete. Un día vino un revisor que no nos conocía y metí al chico en un saco de patatas vacío, por el que pagué solo 2 pesetas del viaje". Recién parida, llegó a cargar con 10 kilos de café encima. Guardias del tren, como Arturo, sabían que le hacía falta el dinero y se portaron bastante bien, reconoce.
Una vez la sorprendieron en A Cañiza con sábanas que compraba en As Neves y vendía a un ambulante de Ponferrada. La metieron en el calabozo con su hijo Alejandro, de solo seis semanas. "No tenía factura de la compra y nos acusaron de robo. El juez, hijo del tudense Manuel Pino, se dio cuenta de que aquello no era cierto", así que la dejó en libertad. Mientras estuvo presa, la mujer del sargento le dio leche al bebé: "Yo no tenía pecho, al no haber podido comer. Eran las tres de la tarde, en pleno verano, y tuve que ir a pie desde A Cañiza a Arbo, para subir al tren, de vuelta a Tui. Las sábanas se quedaron en A Cañiza", lamenta.
Inés das Dores, vecina de Verdoejo, en Valença, tiene 82 años, es viuda y cuentacon 10 hijos, 14 nietos y 3 bisnietos. Comenzó a los 11 años con el trapicheo, para ayudar en casa de sus padres. "Pasábamos garbanzos, huevos, café, pan y lo que se apañaba, para ganar cinco coronas al día (unos dos euros y medio de ahora)", recuerda. Caminaba unos 8 kilómetros desde su casa a la antigua plaza de abastos de Tui, cargada a veces con 25 docenas de huevos que, en ocasiones, los "guardiñas" portugueses requisaban y los tiraban al suelo, para desesperación de la mujer.
Dejó de trabajar hace 40 años, después de ser operada para extirparle el endometrio y los ovarios, algo que ella relaciona con el hecho de ejercer el trapicheo a los tres días de haber parido. Su marido trabajaba en el campo y se necesitaba lo que ella ganaba para alimentar a 12 personas.
Castigos y besos
María Melim, de 78 años, con dos hijas y 4 nietos, empezó el trapicheo a los 21 años. Llevaba huevos y hortalizas para Tui y traía de vuelta hasta 40 kilos de pescado. "Conseguía 50 escudos por día, que eran para comer en la casa". Se casó a los 27 años, siguió en el trapicheo 4 años y después emigró a Francia con su marido. Uno de sus peores recuerdos fue cuando la detuvieron en Valença por llevar pescado y no haber pagado los derechos en la "alfandega" (´aduana´): "Intenté escapar, pero el guardia me cogió. Estuve en el calabozo tres horas. Después me dejaron libre con el castigo de no trapichear durante 15 días". Recuerda a amigas como Guida, Sinda Maneta, Felismina Riveora "nos ayudábamos". Cuenta como un día un funcionario de la Aduana de Tui, Manuel Vila, en tono de broma, no las quería dejar pasar si no le daban un beso en la mejilla. No se lo dieron y no pasaron.
Margarida Lourenço Fonseca, de 85 años, con 2 hijos, 2 nietas y 2 bisnietas, se quedó viuda a los 30 años. Comenzó a trabajar con este trasiego a los 9 años. "Llevaba para Tui cebollas, ajos, garbanzos, unto y tabaco. Después llegó el tiempo de llevar el café y los tejanos. Para Valença iba de vuelta con pescado y carne. Llegué a llevar sobre la cabeza hasta 60 kilos de pescado. Así pude criar a mis dos hijos". Recuerda al funcionario Manuel Vila "como un padre para mí".
Un hijo de trapicheira, Salustiano Costa da Faria, "Tiano", de 62 años, es técnico en instalaciones eléctricas. Es hijo de Rosa da Costa, Rosinha Faria, y tiene otros cinco hermanos. Su padre era barbero, pero no se privaba de caprichos, por lo que era su madre la que trabajaba para darles de comer. "A los 8 años mi madre me envió junto a mi hermano Joao a Tui. Primero nos ató la cintura y los puños y después nos rellenó la parte superior del cuerpo de café que debíamos dejar en una casa cerca del Parador de Turismo de Tui". Su inocencia hizo que le descubriesen y el guardia ordenó a la matrona (que se llama apalpadeira, en portugués) que le sacara el café que llevaba encima. La matrona se compadeció y solo le quitó el que sostenía la cuerda de la cintura. Al salir, el niño le dijo al carabinero "solo me quitó esto, pero llevo más en las mangas", por lo que la orden fue tajante: retirarle el café que le quedaba. Por el camino de vuelta, en el antiguo puente internacional, se encontró con su madre, a quien explicó que "ya he dejado el café en aquella casa grande", dijo, señalando la aduana. Ante tanta inocencia, el carabinero no solo devolvió el café retirado, sino que añadió el que había requisado a otras trapicheiras.
Parte de estas historias y otras que aquí no se cuentan, se visualizan en el documental "Mulheres da raia", de la realizadora, productora y programadora de cine Diana Gonçalves, quien a sus 24 años logró varios reconocimientos a su obra: el premio Mestre Mateo de la Academia Galega de Audiovisual al mejor documental, el Premio "Caminhos" del Cinema Portugués (2009); el de Cinema Minhoto (en Filminho).
"Mulleres da raia" ha recorrido diversos festivales internacionales narrando una lucha diaria de frontera, de una realidad olvidada que ahora ve la luz.
La tudense María Concepción Silva Martínez, María Piña; y las vecinas de Valença Inés das Dores Lourenço, María Melim, Anatalia Adelaida Brito y Margarida Lourenço Fonseca son antiguas "trapicheiras" que aún relatan en primera persona sus experiencias. Recuerdan a otras conocidas que ya fallecieron como Isaura da Fontoura, Águeda, Rosa María Vieira (Rosa Lata); Rosa da Costa (Rosinha Faria) y María Teixeira (María das Portas), que pasaba abrigos de pieles caros desde el antiguo comercio tudense de Rogelio. Clientas lusas con alto poder adquisitivo los adquirían en el referido comercio, que se diferenciaba por mostrarlos colgados de árboles del Paseo da Corredoira. Eran de visón, nutria y otras costosas pieles. Para pasar las dos aduanas, María das Portas se colocaba el abrigo bajo el suyo e iba caminando hasta la Avenida de Espanha, cerca del Consulado español, donde un taxi la llevaba hasta el domicilio de la futura propietaria de la prenda, residente en Braga, Viana u Oporto. María das Portas tenía cinco buenas razones para trabajar asumiendo riesgos: cinco hijos, después de enviudar de un guarda fiscal de la Alfándega valenciana.
Una enciclopedia viviente
La tudense María Piña, de 87 años, madre de 9 hijos, con 30 nietos y 18 bisnietos, llenaría una enciclopedia con toda su vida… Y sin aburrir al lector. "Empecé en esto a los 10 años para ayudar a mantener a mis 10 hermanos. Después me casé y seguí". Su memoria no falla. Recuerda que cuando tenia 13 años y estalló la Guerra Civil "traía desde Portugal a Tui pan, huevos, jabón, sopa, café y otros productos que compraba en tiendas de Valença". Después llevaba merluza a Valença: "Nos daban 5 pesetas por cargar 50 kilos sobre la cabeza hasta la entrada del puente. Allí lo recogía quien había comprado el pescado", recuerda. Se casó a los 19 años y se acuerda de que iba a pie hasta Tomiño a comprar para consumo de su casa 15 kilos de patatas que le costaban a 15 céntimos dos kilos. Su trabajo fuerte fue el traslado de café crudo (para que no se notase el olor), que cargaba en el tren hasta Monforte. "Lo llevaba en la mandrana (enagua con muchos y grandes bolsillos), con su bebé de 8 días de vida. Me acompañaba mi hijo Julio, de 10 años, para ayudarme, que siempre iba sin billete. Un día vino un revisor que no nos conocía y metí al chico en un saco de patatas vacío, por el que pagué solo 2 pesetas del viaje". Recién parida, llegó a cargar con 10 kilos de café encima. Guardias del tren, como Arturo, sabían que le hacía falta el dinero y se portaron bastante bien, reconoce.
Una vez la sorprendieron en A Cañiza con sábanas que compraba en As Neves y vendía a un ambulante de Ponferrada. La metieron en el calabozo con su hijo Alejandro, de solo seis semanas. "No tenía factura de la compra y nos acusaron de robo. El juez, hijo del tudense Manuel Pino, se dio cuenta de que aquello no era cierto", así que la dejó en libertad. Mientras estuvo presa, la mujer del sargento le dio leche al bebé: "Yo no tenía pecho, al no haber podido comer. Eran las tres de la tarde, en pleno verano, y tuve que ir a pie desde A Cañiza a Arbo, para subir al tren, de vuelta a Tui. Las sábanas se quedaron en A Cañiza", lamenta.
Inés das Dores, vecina de Verdoejo, en Valença, tiene 82 años, es viuda y cuentacon 10 hijos, 14 nietos y 3 bisnietos. Comenzó a los 11 años con el trapicheo, para ayudar en casa de sus padres. "Pasábamos garbanzos, huevos, café, pan y lo que se apañaba, para ganar cinco coronas al día (unos dos euros y medio de ahora)", recuerda. Caminaba unos 8 kilómetros desde su casa a la antigua plaza de abastos de Tui, cargada a veces con 25 docenas de huevos que, en ocasiones, los "guardiñas" portugueses requisaban y los tiraban al suelo, para desesperación de la mujer.
Dejó de trabajar hace 40 años, después de ser operada para extirparle el endometrio y los ovarios, algo que ella relaciona con el hecho de ejercer el trapicheo a los tres días de haber parido. Su marido trabajaba en el campo y se necesitaba lo que ella ganaba para alimentar a 12 personas.
Castigos y besos
María Melim, de 78 años, con dos hijas y 4 nietos, empezó el trapicheo a los 21 años. Llevaba huevos y hortalizas para Tui y traía de vuelta hasta 40 kilos de pescado. "Conseguía 50 escudos por día, que eran para comer en la casa". Se casó a los 27 años, siguió en el trapicheo 4 años y después emigró a Francia con su marido. Uno de sus peores recuerdos fue cuando la detuvieron en Valença por llevar pescado y no haber pagado los derechos en la "alfandega" (´aduana´): "Intenté escapar, pero el guardia me cogió. Estuve en el calabozo tres horas. Después me dejaron libre con el castigo de no trapichear durante 15 días". Recuerda a amigas como Guida, Sinda Maneta, Felismina Riveora "nos ayudábamos". Cuenta como un día un funcionario de la Aduana de Tui, Manuel Vila, en tono de broma, no las quería dejar pasar si no le daban un beso en la mejilla. No se lo dieron y no pasaron.
Margarida Lourenço Fonseca, de 85 años, con 2 hijos, 2 nietas y 2 bisnietas, se quedó viuda a los 30 años. Comenzó a trabajar con este trasiego a los 9 años. "Llevaba para Tui cebollas, ajos, garbanzos, unto y tabaco. Después llegó el tiempo de llevar el café y los tejanos. Para Valença iba de vuelta con pescado y carne. Llegué a llevar sobre la cabeza hasta 60 kilos de pescado. Así pude criar a mis dos hijos". Recuerda al funcionario Manuel Vila "como un padre para mí".
Un hijo de trapicheira, Salustiano Costa da Faria, "Tiano", de 62 años, es técnico en instalaciones eléctricas. Es hijo de Rosa da Costa, Rosinha Faria, y tiene otros cinco hermanos. Su padre era barbero, pero no se privaba de caprichos, por lo que era su madre la que trabajaba para darles de comer. "A los 8 años mi madre me envió junto a mi hermano Joao a Tui. Primero nos ató la cintura y los puños y después nos rellenó la parte superior del cuerpo de café que debíamos dejar en una casa cerca del Parador de Turismo de Tui". Su inocencia hizo que le descubriesen y el guardia ordenó a la matrona (que se llama apalpadeira, en portugués) que le sacara el café que llevaba encima. La matrona se compadeció y solo le quitó el que sostenía la cuerda de la cintura. Al salir, el niño le dijo al carabinero "solo me quitó esto, pero llevo más en las mangas", por lo que la orden fue tajante: retirarle el café que le quedaba. Por el camino de vuelta, en el antiguo puente internacional, se encontró con su madre, a quien explicó que "ya he dejado el café en aquella casa grande", dijo, señalando la aduana. Ante tanta inocencia, el carabinero no solo devolvió el café retirado, sino que añadió el que había requisado a otras trapicheiras.
Parte de estas historias y otras que aquí no se cuentan, se visualizan en el documental "Mulheres da raia", de la realizadora, productora y programadora de cine Diana Gonçalves, quien a sus 24 años logró varios reconocimientos a su obra: el premio Mestre Mateo de la Academia Galega de Audiovisual al mejor documental, el Premio "Caminhos" del Cinema Portugués (2009); el de Cinema Minhoto (en Filminho).
"Mulleres da raia" ha recorrido diversos festivales internacionales narrando una lucha diaria de frontera, de una realidad olvidada que ahora ve la luz.
in Faro de Vigo
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