Valença do Minho es una pequeña ciudad amurallada al norte de Portugal, queda a menos de dos horas de carretera desde A Coruña.
Las calles son empedradas y estrechas, creo que es un patrón típico de estas ciudades amuralladas. Es día de semana, me imagino que es por esto que las calles están vacías, hace 23 grados; el cielo está despejado.
Aquí fue donde conocí a David. Nuestro acento Venezolano nos delató. “Saludos hermanos, ustedes son venezolanos verdad?“
¨Llegue a Valença, hace 3 años. Esta es la segunda vez que intento emigrar. La primera vez me fui a Brasil, pero ahí se me hizo muy difícil; Me regresé a Venezuela, pero esta vez no me pude aguantar a Maduro, y aquí estoy“
David está parado después de la segunda muralla de la fortaleza, para llegar aquí hay que cruzar un pequeño túnel que atraviesa la muralla; Las paredes muestran las innumerables veces que han sido rayadas por los carros que pasan por aquí, solo hay espacio para un carro, es obvio que este no fue el propósito original de este túnel. A ambos lados de la muralla un semáforo se encarga de mantener el orden de los carros que van o vienen.
Es imposible no ver a David, mantiene un porte elegante y una gran sonrisa en la cara, saluda amigablemente a todo el que pasa por aquí, pero no solo es por su dominante presencia, con una voz que llena cada rincón de esta esquina de la muralla, sino porque está situado estratégicamente en la puerta de la ciudadela. Le pregunté, — “tú como que eres el guardián de la muralla?”
- “jaja, así me llaman varios por aquí”
Mientras hablo español con él, saluda en perfecto inglés a una pareja que acaba de cruzar la muralla y le hace un chiste en portugués a dos locales que se encuentran descansando sentados en un escalón. ¨Hablo tres idiomas, quizás es por eso que el ayuntamiento me ofreció que fuera un guía local, pero querían que lo hiciera de gratis, y así no pago las cuentas.¨
El trabajo de David, no es ser un saludador profesional, si bien es un experto en esta arte, en sus manos, tiene un manojo de panfletos del restaurante para el que trabaja, también tiene un menú, que no duda en abrir si ve que puede convencer a alguien.
Pasa otra pareja al lado de nosotros, y no pueden resistir la amabilidad contagiosa de David; con cierta obligación, toman el panfleto, que tiene el menú del restaurante, David nota que no van con ganas de pararse a comer, y rápidamente voltea la hoja de papel, “aquí de este lado tienen toda la historia de Valença y sus murallas, es más, si caminan por allá derechito, suban esa cuesta, y desde ahí van a ver la mejor vista que hay de las murallas“. Los turistas cambian su rumbo, y emprenden el camino que David les señaló.
¨Cuando me vine de Venezuela, llegué a Porto, ahí es donde está mi familia, al poco tiempo, llamé al dueño de este restaurante, porque ya lo conocía, cuando le dije que me regresé a Portugal, me dijo <<Chico vente para acá, que aquí tienes trabajo>>¨
“Yo en Venezuela era publicista, trabajé en agencias de publicidad y también daba clases en institutos… Aquí, en este restaurante, trabajo hasta las 3 de la tarde, luego me voy a otro trabajo; También soy consultor inmobiliario para una agencia de bienes y raíces…“
Mientras me dice esto, hace una pausa pensativa y sin yo hacer alguna pregunta continúa
“así hay que hacer aquí hermano… Yo no creo que los Venezolanos sean flojos, como dicen en Venezuela. Uno veía a los Europeos trabajar fuerte allá, y nosotros hacemos lo mismo aquí, ellos allá eran inmigrantes, ahora, nosotros aquí trabajamos como inmigrantes. Los inmigrantes tienen que trabajar más fuerte.“
Sin querer, me tope con David y su historia. Un Venezolano más que se fue de su país. Si bien, las historias de inmigración son muy distintas, las de los Venezolanos todas tienen un hilo conductor.
Me despido de David, y mientras atravieso caminando el túnel de piedra, escucho a mis espaldas que continua el chiste que no terminó, seguido por una carcajada grupal.
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