La semana que viene se alcanzaría un cuarto de siglo sin controles entre Galicia y Portugal. El coronavirus lo ha cambiado todo a ambos lados de la raia: las compras, el trabajo, la libre circulación... toda la actividad cotidiana
Es solo una hora de diferencia, pero en realidad cruzar hoy el río Miño supone retroceder 25 años, los que han vuelto a someter a todos los movimientos entre Galicia y Portugal al control fronterizo, a mostrar la documentación, a poner la mejor de las caras para convencer a los agentes de la Policía Nacional, de la Guardia Civil o de la Guardia Nacional Republicana de que nada se oculta y de que, en este caso, cambiar de país tiene justificación pese al coronavirus. El miedo al contagio, el que Portugal tiene de España, ha hecho que la frontera vuelva a ser visible, como ocurría antes del 26 de marzo de 1995 cuando el Tratado de Schengen dejó sin utilidad los puestos de vigilancia fronteriza que desde ayer han vuelto a cobrar vida. La frontera más antigua de Europa, una raia trazada en 1143 cuando Portugal se creó como reino, definida en 1926 como se conoce ahora, quedó cerrada desde la noche del lunes generando notables retenciones de tráfico, inéditas desde hace décadas. Kilómetros antes del río Miño, en la autovía A-55, las colas de vehículos de camiones y de gallegos que trabajan en industrias del norte de Portugal anticipaban a primera hora que el escenario entre los dos países ha cambiado. «Hemos tenido que montar los controles mucho antes del paso fronterizo para separar al tráfico que iba a Portugal del que continuaba hacia Tomiño y Gondomar», comenta el teniente de la benemérita encargado del puesto fronterizo. Los conductores de los turismos son advertidos antes de llegar al puente internacional de que tienen que portar el contrato de trabajo o una identificación de su empresa que justifique salir del país. Al otro lado, igual. Entre tres y cinco kilómetros de caravanas se formaron a primera hora, al mediodía se volvió a tupir el único paso abierto en la provincia de Pontevedra con Portugal, y lo mismo se espera para la última hora de la tarde y para los próximos días, si no cambian las condiciones de control implantadas para evitar la expasión del coronavirus.
Excusas variadas «Hasta piden ir a España para poder comprar chocolate, pescado y tabaco. Dicen que vuelven enseguida. Pero no puede ser, eso por ahora se acabó», señala tajante el GNR José Franco, al pie del coche patrulla en Monçao. El puente que une con Salvaterra de Miño está cerrado, como el de Tomiño-Cerveira, el de Melgaço-Arbo y el metálico que une Tui y Valença do Minho, que desde que se abrió también en 25 de marzo de 1886 se ha cerrado en contadas ocasiones. «Voy a Portugal al banco, soy portuguesa casada con un gallego», dice a los agentes desde el coche en Salvaterra una mujer con cara de no saber qué hacer. «Pues tiene que ir hasta Tui, luego ir por carretera hasta Monçao y volver», le explica el agente. «Claro que nos cuentan de todo para poder pasar. Hasta que las flores al otro lado son más baratas. Aún falta conciencia de lo que esta pasando», considera. Lo cierto es que han sido los alcaldes del norte de Portugal los que más han empujado a su Gobierno a cerrar la frontera. «Ellos están un poco más alerta», estima uno de los empleados de la gasolinera de Tui, la más concurrida de toda la raia, por su precios más bajos que los del resto de las estaciones de marca y 30 o 35 céntimos por litro más económica que las lusas. La mitad de la clientela llega del otro lado y sus múltiples surtidores siempre son pocos, menos ahora, se atiende a conductores a cuenta gotas. «Ayer por la mañana hemos visto a algun conductor portugués venir a repostar varias veces con coches distintos. Intuían que la frontera se iba a cerrar y querían aprovechar». Pero la concienciación se nota al otro lado de la frontera desde hace varias jornadas. Les asusta lo que está pasando en España, porque ya conocen los antecedentes de Italia, Irán, China... Portugal no tiene ninguna otra frontera más que los 1.214 kilómetros que siluetean su perfil con el de España. No hay otro país en Europa con un único vecino, por eso cunde la idea de que se se pertrechan bien, pueden minorar el golpe.
in La Voz de Galicia
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