En el municipio luso, mayores y pequeños comparten «paseos higiénicos» y pueden salir a hacer ejercicio. Casi no se usan mascarillas y en los taxis pueden ir tres pasajeros, siempre que sean portugueses: con gallegos, solo uno a bordo
Tui y Valença, separadas por apenas 400 metros, en la frontera del Miño, son un espejo de las diferencias entre España y Portugal, en tiempo de coronavirus. Los ritmos de esta eurociudad en la que hasta el 16 de marzo se habló portuñol y cuya actividad económica y social van de la mano, son muy distintos. Ambos municipios padecen un confinamiento doble por esa vinculación histórica que sella la frontera más antigua y permeable de Europa y que, en mayor o menor medida, se reedita en los pequeños municipios que salpican y unen este tramo internacional de Galicia con Portugal.
En el país vecino, de entrada, hasta por la ribera del Miño se puede uno airear, con los llamados paseos higiénicos, permitidos a todos los ciudadanos, incluyendo niños y mayores. Así que, tanto en la emblemática fortaleza medieval que corona Valença, atestada hasta la bandera habitualmente de gallegos, como en el centro urbano, los vecinos pueden desconectar o hasta hacer ejercicio.
El confinamiento es solo obligatorio para contagiados y personas sospechosas de portar el virus mientras que a la población activa se le pide que teletrabaje o si no, que limite sus salidas por causas justificadas. La presión policial es mínima y, aunque el movimiento habitual se ha visto reducido drásticamente porque el comercio y la hostelería también están cerrados, el confinamiento a la valenciana es muchísimo más relajado. «Fuimos nosotros los que decidimos no salir de casa, antes incluso de que el Gobierno decretase el estado de emergencia y también somos nosotros los que disponemos si nuestros hijos salen a la calle o no», explica Paulo Araúxo mientras espera su turno en la cola que hay en la farmacia del centro de Valença. Con él, a más de un metro de distancia, pero sin mascarillas ni guantes la mayoría de ellos, otros padres y vecinos insisten en que les mueve su responsabilidad social.
No hay policías de balcón ni de la GNR, solo alguna patrulla circula en coche muy de vez en cuando, si bien no hay ni amonestación para quienes disfrutan de un café en el banco de la calle. Ayer, en Tui el uso de mascarillas, guantes y geles era casi uniforme en la vecindad tras semanas de desabastecimiento. En Valença casi no los usan, pero desde ayer también se pueden comprar en las oficinas de Correios, con precios similares a los de España hasta la entrada en vigor del nuevo decreto que regula su precio a 0,98 céntimos. El lote de seis cuesta diez euros en Portugal y hasta 1,70 euros la unidad si se compran en la farmacia. Ni siquiera en los medios de transporte se ven medidas profilácticas extraordinarias. «El número de frecuencias bajó hasta la mitad y, por supuesto, el tren Celta a Vigo ya no cruza el Miño desde hace más de un mes, pero los usuarios viajan a su gusto, sin mascarillas», explica el responsable del servicio mientras La Voz presencia cómo los viajeros suben en dirección a Oporto, de cara a sus trabajos, sin nada que haga sospechar del estado de emergencia en el que se encuentra el país luso.
La carga que tiene esta situación tampoco es la misma que del lado español, porque en Portugal es una medida menos excepcional, aplicada en momentos de huelgas generales y lo que conlleva es la reorganización de los cuerpos de seguridad y de protección civil para que estén en alerta y puedan actuar en cualquier momento. Ser gallego o portugués es distinto incluso para ir en taxi. «Si son portugueses, llevamos hasta tres personas en cada viaje, porque el del copiloto ha de estar vacío como medida de protección. Si son españoles, solo una persona», explica Joaquim Rodrígues. Es taxista con plaza frente a la estación de tren de Valença desde hace 35 años. «El trabajo cayó hasta un 80 %, nunca se vio nada igual, pero seguimos teniendo clientes que van o vienen de Galicia. El viernes, por ejemplo, he de ir a buscar a uno de Ourense que trabaja aquí, porque tampoco hay trenes ahora», confirma con una mezcla de resignación y humor.
Los portugueses cumplen a rajatabla, cual ley y paso marcial, por lo que la policía apenas actúa. «Bueno esto es aquí porque hay pocos casos. En Oporto, que es donde yo trabajo sí hay más medidas de control. Aquí lo que tememos es a los gallegos porque las imágenes y datos que vemos por televisión son sobrecogedores», sostiene Ana Pinto mientras da su paseo higiénico acompañada por su hijo adulto. Tanto él como otros vecinos de la zona confirman ese recelo hacia Galicia. «Hubo un día en que hasta aquí tuvimos más madrileños que portugueses. No entendemos por qué no se quedaron en casa», insiste Ana Pinto ante la mirada complaciente de otros lugareños.
Y es que la zona norte del país, donde vive un tercio de la población, se concentra el 59, 8% de los contagiados y el 57,9 de los fallecidos. De los 22.353 casos confirmados en Portugal a día de hoy, 13.382 se concentran entre Oporto y la frontera lusogalaica, y 475 de las 820 muertes se circunscriben a la misma área. Portugal, el país en el que una revolución triunfó sin un solo tiro, sigue siendo la tierra de la fraternidad. Al igual que entonces, pero casi medio siglo después de conquistar su libertad cambiando balas por flores, «O povo é quem máis ordena». Cravos o claveles, también en esta batalla contra el coronavirus y a 48 horas de la celebración de un 46 aniversario al que el presidente de la República, Marcelo Rebelo, llega sin oposición alguna y «con la autoestima colectiva reforzada», como proclama.
in La Voz de Galicia
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