Desde que tengo memoria, he ido a Valença do Minho, recuerdo esas pateadas con mi madre por el mercadillo que siempre se me hacían interminables pero que ella disfrutaba como una niña... Y siempre el colofón final era un buen homenaje culinario en este restaurante del que hoy os hablo, el Mané.
Hacía tiempo que no comíamos aquí, porque en nuestros últimos viajes por esta zona lo encontramos cerrado. Me sorprendió ver que de aquel lugar inmenso solamente queda una pequeña salita, ni la quinta parte de lo que en su momento fue. Imagino que consecuencias inevitables de esta crisis que todos estamos padeciendo y que nuestros vecinos viven con especial intensidad.
Venir al Mané es pedir las especialidades de la casa. Dentro de su menú, compuesto por platos tradicionales portugueses, destacan y os recomiendo muchísimo, el Bacalhau Dourado y el arroz de marisco.
Y eso fue lo que pedimos, como está mandado.
La comida, como recordaba, deliciosa. El ambiente acogedor y muy tranquilo, incluso demasiado en un lugar en el que llegar sin reserva hacía casi imposible poder quedarse a comer.
No sé si se aprecia en las fotos, pero las raciones resultan más que abundantes. Si sois dos personas, os recomiendo un entrante (el caldo verde o la sopa de verduras) y un segundo para compartir, porque os aseguro que tendréis más que suficiente.
En nuestro caso éramos tres a la mesa y pedimos dos platos, acompañados de una cerveza para mi chico y un vinho verde Muralha para mí que por cierto me encantó.
A la hora de los postres nos quedamos algo chafados al comprobar que la mitad de la carta no estaba disponible, imagino que debido al escaso movimiento de clientes en época navideña, pero nunca nos había pasado aquí... Con un postre nos hubiera bastado porque el tamaño era enorme, pero mi peque se empeñó en pedir un postre sólo para él, que al final no le gustó y terminó con una naranja, así que los mayores nos tuvimos que comer un postre cada uno... Demasiado. El nombre del elegido, Montanha Russa, recomendado para muy amantes del dulce.
Como gran inconveniente en este restaurante, la escasa accesibilidad. Si uno tiene problemas de movilidad o va acompañado de un bebé en su carrito, la cantidad de escaleras que llevan al comedor serán un hándicap. Con la remodelación del local es posible ahora comer en la planta baja, donde está la cafetería, aunque resulta menos confortable.
La factura de nuestra comida, incluyendo el pan con mantequilla y una bebida para el peque, además de los platos que os he puesto y un par de cafés, ascendió a 53 euros, lo que me parece más que correcto teniendo en cuenta la calidad-cantidad, confort y atención.
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