Una muestra recuerda en Valença la construcción del puente con Tui, que se abrió tras una epidemia de cólera y con la falsa leyenda de que lo diseñó Eiffel.No fue un diseño de Gustave Eiffel, ni tampoco de un pupilo suyo. Las construcciones de metal se habían puesto de moda a finales del siglo XIX y el puente internacional entre la localidad pontevedresa de Tui y la portuguesa de Valença do Minho fue considerado durante muchos años obra del arquitecto francés. En realidad fue Pelayo Mancebo, un ingeniero riojano, el encargado de diseñarlo, y la firma belga Braine le Compte la adjudicataria de las obras. Pese al equívoco, el puente sobre el Miño se convirtió en todo un emblema de la frontera, y como tal sigue sirviendo de paso a los peatones, coches y trenes que circulan de una orilla a otra del río.La construcción del puente hizo posible conectar Galicia y Portugal por tren. El ferrocarril unió Tui y Valença do Minho en 1886, pero de aquel proyecto que implicó a los gobiernos de los dos Estados quedan, 123 años después, numerosos testimonios que se exponen hasta febrero de 2010 en la Câmara Municipal de Valença. Desde platos y cuadros conmemorativos de la inauguración hasta instrumentos imprescindibles para el buen funcionamiento del servicio, como los teléfonos de mesa desde los que que se comunicaba la llegada y la partida de los trenes o las linternas que indicaban vía libre o peligro. No falta tampoco la correspondencia entre los alcaldes de las dos localidades ni las actas de expropiación de terrenos, proceso "pacífico" según explica Isilda Salvador, responsable de la exposición. Tanto la construcción del puente como la creación de una línea de ferrocarril -la Linha do Minho, como todavía hoy se la conoce- fue acabando poco a poco con el trasiego de barcas que iban de un lado al otro del río, delcais de Valença al puerto de Tui. Y al revés.A la llegada de aquel primer tren -que no superaba los 40 kilómetros por hora- asistieron más de 8.000 vecinos, muchos de ellos tudenses, apiñados sobre las pasarelas del puente, construidas para los peatones. Y eso que la celebración venía con un año de retraso: en 1885, una epidemia de cólera en España obligó a cortar los accesos a Portugal para evitar más contagios. Pasada la crisis, llegó el tren con su aura de modernidad. "La construcción del puente y de la vía férrea permitió una nueva centralización en Tui y en Valença. Las primeras pensiones y casas comerciales nacen del impulso económico que trae el tren", explica Salvador.Aun hoy, una de las primeras cosas con las que se encuentra el visitante nada más dejar Galicia por el puente internacional es el Pare, escute, olhe con el que los Caminhos de Ferro Portugueses llaman a la prudencia.Casi inherente a las fronteras es el contrabando, del que el puente -y antes el Miño -tiene también mucha memoria. Una de las estampas expuestas, del siglo XIX, muestra a una contrabandista que pasa el puente con las mercancías prohibidas escondidas bajo sus faldas. "De España llegaba mucha Coca-Cola, porque en Portugal no había", asegura Salvador. El contrabando entre las dos orillas será objeto de otra exposición el año que viene porque, reconoce, "no se puede hablar de la historia de Valença sin tener en cuenta la de Tui". Más de la mitad de los visitantes de la exposición, alojada en la Câmara Municipal en Fortaleza -la ciudad amurallada de la que nació la localidad portuguesa -vienen del otro lado del río. El ir y venir de coches a través del puente es continuo. Cada día, cuatro trenes comunican Valença con Galicia, aunque, con el tiempo, el que ha acabado mandando sobre el puente ha sido el tráfico rodado. Y con la libre circulación de personas dentro de la Unión Europea, los salvoconductos que obligaban a registrar cualquier rasgo físico de los viajeros, por mínimo que fuese, han pasado a la historia.Para la construcción del puente, Portugal y España se dividieron tareas y la obra acabó costando, con cálculos errados debido a las diferentes monedas, un millón y medio de pesetas de la época. Tanto el puente internacional como el Miño, aunque resulte extraño, pertenecen a dos países. Así lo dice el acta de entrega de la frontera de 1897 entre Portugal y España, también expuesta en Valença: "Se dividirá por la superficie de las aguas, siguiendo las sinuosidades de las orillas y dividiendo por la mitad la corriente del río". La frontera, aunque ahora se note menos, sigue existiendo, y del tren se sigue hablando, y mucho, al sur del Miño, aunque esta vez el desafío sea el de la alta velocidad.
In El Pais
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