A sus 67 años, la actual alma máter del Club Bádminton Tui puede presumir de haber sido varias veces campeona gallega de tenis, jugadora del Celta de baloncesto y del Teucro de balonmano, y de haber practicado con buenos resultados el golf, el fútbol y el voleibol.
Marisa Giráldez es hoy la presidenta, entrenadora y alma del Club Bádminton Tui. Pero también es varias veces campeona gallega de tenis, exjugadora del Celta de baloncesto, del Teucro de balonmano y, desde hace años, cosecha buenos resultados como golfista. Tampoco ha hecho ascos al voleibol ni al fútbol. Tiene 67 años y asegura que el deporte lo ha sido «todo» en su vida. Hija de deportistas, su profesión fue la de profesora de Educación Física y ha transmitido su pasión a la familia. Aunque ahora «el chasis se resiente un poco», sus problemas de menisco no la frenan.
«Ya de niña mi ilusión era que me mandaran a hacer recados a casa de mis abuelos porque allí jugábamos partidos de fútbol con pelotas de trapo y hacíamos salto de pértiga en el lavadero, que era saltar de un lado al otro del río. Creo que nací haciendo deporte», dice. Mientras estudiaba en el instituto de Pontevedra vino su etapa en el balonmano y, poco después, el baloncesto en Tui. «Empecé con los equipos de la Sección Femenina, era la única manera de hacer deporte entonces». Luego la llamó el Celta.
Tras dos años en el club, dejó el deporte momentáneamente para casarse y enseguida tuvo a sus dos primeros hijos. Luego volvió. «En el 73 empezamos con el bádminton. Entrenábamos en la que hoy llaman la Pista Vermella y tengo trofeos que ponen ‘torneo internacional’. ¡Supongo que jugaríamos con portuguesas!», cuenta divertida. A los 27 se inició en el tenis. «Embarazada de cuatro meses de mi tercer hijo todavía fui a jugar un campeonato a Barcelona. ¡De estas locuras que haces cuando eres joven!». Esta disciplina fue la que más le marcó. «Fue lo fuerte mío. Me gustaban los deportes colectivos también, pero soy persona de darlo todo y en lo individual todo depende de ti...».
Ya siendo deportista y madre de familia, la vida en su casa siguió marcada por el deporte. «Como todos lo practicábamos, tenía que poner tres lavadoras diarias. Y nuestras vacaciones eran a los sitios donde hubiera torneo». Introdujo en el tenis a su marido -él jugaba al fútbol cuando se conocieron- y acabaron formando pareja mixta -igual que con sus hijos-. «En A Macoca hay una pista de atletismo, pues nosotros cogíamos el 600 cuando él salía de trabajar, nos íbamos allí con la red y clavábamos unos postes que le pedimos al carpintero. Como era un campo grande, perdíamos algo de tiempo yendo a por la pelota». El vehículo en cuestión sirvió para otros usos deportivos. «Tuve un equipo xeitoso de voleibol y metía a las ocho niñas en ese coche, como el chiste del elefante».
Como profesora, confiesa que «metía a los chavales en mil actividades». «Andábamos todos los sábados de zascandil, de un lado para otro». Ya jubilada, practica el golf y se encarga del Bádminton Tui -una iniciativa suya- y sus nietos tiran de ella para que no se relaje ni un minuto. «Me viene la nieta y me dice: ‘Vamos a hacer unas canastas’. O el otro, que ahora hace bádminton pero antes era portero y me ponía a dispararle penaltis para hacer sus estiradas». En casa tiene canasta, red de voleibol, piscina y mesa para tenis en el garaje. «El que viene juega unas partidas. No nos importa que llueva».
El deporte le ha servido «para superar baches» en una vida que «siempre giró» en torno a él. «Viví tantas experiencias bonitas gracias al deporte que lo que quiero es transmitir eso a los niños. Les forma, educa y prepara para el futuro. Si aprendes a sacrificarte en el deporte, lo harás en la vida». Ella predica con el ejemplo. Desde que nació.
«Hoy tengo diez chándales. De joven nadie lo tenía y me sentía especial»
Cuando Giráldez llegó al Celta de baloncesto venía de Tui y eso la diferenciaba del resto. «Llegabas del pueblo y la verdad es que se notaba, pero después encajé a la perfección». Asegura que en el equipo era «una más», pero había un elemento que la hacía destacar sobre el resto a nivel extradeportivo. «¡Era la única que tenía un chándal! Me lo había regalado mi hermano y me hacía sentir muy especial, porque no era nada frecuente tenerlo en aquel momento», señala. Era «azul marino, con líneas blancas, de espuma, del año catapún» y todavía lo conserva. «Me subía mucho la autoestima poder ponérmelo», confiesa. Pero ahora cuenta con una decena, según sus cálculos a ojo. «Sea para una cosa u otra, ando todo el día en chándal», añade.
Antes de la etapa celeste, cuando todavía lanzaba a canasta en Tui, «el deporte femenino casi no existía». Por eso todo lo que lograron con aquellos conjuntos adquirió una relevancia mucho mayor. «Que un equipo de Tui quedara subcampeón de la zona de Vigo fue un mérito extraordinario», destaca Marisa.
Y también recuerda el esfuerzo que les costaba no ya competir, sino incluso tener unas equipaciones que ponerse. «Nos hicimos unos nikis rojos y para eso antes de los partidos, que jugábamos en el antiguo casino, se ponía la bolsa de plástico para que nos echaran cinco pesetas o lo que fuera. Gracias a eso tuvimos nuestros primeros equipajes de baloncesto y aún los conservo también».
in La Voz de Galicia
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