Bendeciremos siempre a la Unión Europea por la supresión de fronteras, perdonaremos sus múltiples pecados por mor de la virtud que supone el libre tránsito de personas. Los viajeros seremos siempre, ya pueden venir mil razones para cualquier tipo de ‘brexit’, misericordiosos con el Tratado de Schengen. Derribadas las barreras, que nadie tenga la tentación de volver a ponerlas sobre un río o en los puertos de montaña. Que los mares sean como ahora una vía de comunicación y que los puentes lleven siempre con orgullo el significado de su nombre.
Algo parecido a esta especie de oración habría que entonar mirando desde las alturas de la fortaleza de Valença do Minho, en Portugal, hacia Tuy (o Tui), España, sobrevolando la vista sobre el Miño, vadeando sin dificultad la corriente. Sin fronteras, por más que un pasado de recelos levantara en ambos lados imponentes castillos.
Acudimos en una mañana a las dos poblaciones, a los dos países unidos por un hermoso puente de hierro que sirve de plataforma a la vez para el paso de tren, coches y peatones. Primero, Valença, su hermosa e imponente fortaleza sobre la colina, que es a la vez castillo y población de larga historia de victorias y derrotas. Para llegar al pueblo hay que atravesar primero un bastión de avanzada y, tras un segundo puente, una puerta en la muralla da acceso al centro.
Aunque parezca contradictorio, a veces hay que agradecer, por qué no, las fronteras, las que en el pasado decidieron casi de manera inconsciente que, sólo con cruzarlas, pudiéramos apreciar estilos de construcción diferente. Por eso, la Praza de República de Valença es inequívocamente portuguesa y no gallega: los azulejos decoran las fachadas de una manera elegante sólo posible en Portugal; por eso la iglesia tiene la fachada blanqueada y las pilastras, esquinas y cornisas de piedra vista; por eso el dulce acento luso.
La suerte y la pena de Valença es que ahora vive tanto del turismo que es casi imposible apreciar sus viejas puertas, tapadas por la abundancia de tiendas y, como consecuencia, de su género mayoritariamente textil colgado en su exterior y ocultando la visión de piedras centenarias. Digamos, dejándonos llevar por la buena disposición que propician los buenos momentos, que está bien así.
Después cruzamos el río sobre el puente para disfrutar el casco antiguo de Tuy, parada señera del Camino Portugués hacia Santiago de Compostela, y sobre todo de su bellísima catedral. Dice Julio Llamazares en su libro ‘Las rosas de piedra’, que el pórtico de este templo es uno de los más hermosos de entre todas las catedrales góticas españolas. Y contemplándolo, se comprende que no podría haber escrito otra cosa. Como adelantado sobre la sobria y a la vez impactante fachada con apariencia de castillo, las columnas decoradas con notables esculturas de profetas y reyes, y sus arquivoltas apuntadas esculpidas impresionan incluso al que haya visto muchas portadas góticas. Para terminar de maravillar, el grupo que corona el dintel conserva aún buena parte de la policromía original. Asombroso.
El interior no desmerece esta gloriosa entrada. Una audioguía complementa perfectamente el recorrido, que debe hacerse pausadamente hasta llegar al sobrio claustro, dorado a la hora del atardecer y que tiene una culminación extraordinaria con una salida al jardín monacal, precioso mirador sobre el Miño, sobre esa linde que ahora une, mucho más que separa, devolviendo a Valença la mirada que por la mañana lanzamos desde el otro lado. No hay fronteras.
in Blog RENFE
Sem comentários:
Enviar um comentário