quinta-feira, 7 de abril de 2011

El viejo puente del Miño (1886-2011)


Celebramos los 125 años de vida de un puente entre Galicia y Portugal. Yo, que soy de Miño arriba, no me puedo imaginar cómo durante diecinueve siglos se arreglaron entre Tui y Valença sin un puente romano. Con barcas. Tuvo que llegar, con retraso, la revolución industrial (hierro y vapor) para que el ferrocarril obligase a resolver este enigma. No sin retardos centrípetos madrileños y lisboetas. Sucedió a finales del siglo XIX.
En el siglo XX el viejo puente vio cómo Europa disolvía una frontera (que dos Estados solos no hubiesen superado) y cómo esa misma Unión evitaba dos monedas. Nos hicimos más ricos y menos desiguales, multiplicamos viajes e intercambios. Y el vapor del carbón fue declinando. El uso secundario del puente (para peatones y carromatos) se hizo principal. Llegaron los atascos, el colapso, las colas hasta O Porriño o Vilanova? y el puente del vapor de carbón tuvo un heredero a la medida del petróleo y el transporte por carretera. Justo en una de las dos localizaciones rechazadas en 1897. Un puente de autovía, un puente fast, rápido, para ir deprisa (a 110 por hora).
A comienzos del siglo XXI el viejo puente espera y necesita un nuevo heredero. Será en la otra localización rechazada en 1897. Esta vez para que trenes eléctricos puedan circular por doble vía a 200 km/h, tanto para llevar pasajeros en el corredor que va de A Coruña a Oporto, como mercancías entre todos los puertos y zonas industriales de nuestra eurorregión atlántica. Un puente en red, no radial, un puente para la economía sostenible, para no ser dos finisterres sino una sola puerta europea y atlántica.
Un tercer puente (un segundo heredero) que hará posible que el viejo puente del vapor recobre sus raíces. Ahora ya como puente slow e interurbano entre dos núcleos históricos de patrimonio envidiable. Para los caminantes, los ciclistas, para los que conducen sin prisa o para un transporte ferroviario de cercanías que la crisis energética pondrá en valor.
Resultará casi increíble comprobar cómo los tres trazados dibujados en 1897 se hacen realidad. Y cada puente tendrá su razón y sus límites. Aunque el tercer puente es el reto del siglo XXI. Si nuestros gobernantes (de un lado y otro) no son capaces de evitar los mismos retardos del siglo XIX, o las rémoras centrípetas, será porque atendiendo a clientelas despilfarradoras y provincianas postergan inversiones que sí son estratégicas. El viejo puente se lo recriminará cada día que pase.
in La Voz de Galicia

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