Nos disponíamos a atracar en el pantalán del Puerto deportivo de Tui cuando Joel, un chaval de unos 8 años exclamó: “¡Este viaje ha estado impresionante!”. Y, efectivamente, todos estábamos de acuerdo: sus palabras resumían nuestra impresión del viaje en catamarán por el río Miño, de una hora de duración, que acabábamos de realizar con Aquamiño-Empresa de Servicios Turísticos.
El paseo nos lleva río arriba por el tramo entre el viejo puente internacional de Tui y las dos islas portuguesas de Cu do Porco. Discurre plácidamente sobre las mansas aguas del Miño y en una atmósfera con olor a tierra húmeda. Las tonalidades de verdes denotan la variedad de especies arbóreas que jalonan ambas orillas. No hay un solo claro en el bosque hasta la playa de Areneras (Guillarei, Tui), situada frente a la segunda isla de Cu do Porco.
En el tramo por el que navegamos desemboca el Louro, maltratado por la industrialización y la explotación de las canteras en municipios como Mos y O Porriño, y ahora en proceso de recuperación medioambiental.
Con todo, el trecho final del río Miño, desde Padrenda hasta A Guarda, es Zona de Especial Protección de los Valores Naturales y forma parte de la Red Natura 2000. En él habitan 16 especies de peces, lo que lo convierte en uno de los lugares de mayor diversidad piscícola de Galicia. Además, la frontera natural entre Galicia y Portugal es un gran observatorio ornitológico en el que conviven bosques de ribera con otros en los que predominan laureles y alcornoques. En nuestro paseo solo vemos cormoranes y águilas ratoneras sobrevolar el río, pero el espectáculo estará servido cuando lleguen las garzas reales y los patos.
Damos la vuelta a la altura de la playa de Areneras –solo un poco más adelante ya se entra en una zona arenosa que impide la navegación– y hacemos el camino de regreso más próximos al lado portugués, todo él perteneciente al municipio de Valença do Miño. Su núcleo urbano se alza en medio de una gran fortaleza medieval formando una bella estampa por la que parece no haber pasado nunca el tiempo.
Valença a babor y Tui a estribor. Unidas por un puente de hierro que este mes de marzo ha cumplido 125 años.
Por Tui sí que ha pasado el tiempo. Ya no queda rastro de su muralla, por ejemplo, y desde donde nos encontramos es posible ver cómo se arruina el Teatro Principal, uno de los cuatro edificios teatrales más antiguos de Galicia y sede de los primeros Juegos Florales celebrados íntegramente en gallego, en junio de 1891. Aquel certamen literario de afirmación nacionalista y de revitalización de la lengua propia de Galicia, que presidió Manuel Antonio Murguía, creador de la Real Academia Galega (1906), enalteció al Teatro Principal, pero los esfuerzos de la Fundación Teatro Principal en aras de la recuperación de tan emblemático edificio no han dado frutos, y ha entrado, definitivamente, en una fase crítica.
El puente encandila por su diseño. Sobre cuatro pilastras de granito se asienta su celosía de hierro con dos pasarelas: por arriba, la de la vía del tren y, por abajo, la de la carretera. Aunque ahora cruzan el Miño el puente de la autopista internacional y otro entre Goián y Vilanova de Cerveira, el que en 1886 tendió lazos entre ambas orillas del Miño –pese a las reticencias iniciales entre los dos países– sigue soportando el paso de 3.000 vehículos diarios. Lo atravesamos por las dos pilastras centrales y nos detenemos a contemplarlo.
Una placa colocada en la pasarela superior indica el punto fronterizo, y en dos de las pilastras se observan sendos ventanucos en donde cuentan que los portugueses escondieron dinamita durante un tiempo para, en caso de conflicto entre los dos países, volar el puente. No he logrado confirmar esta historia, pero puedo decir que circula otra muy parecida, pero en este caso el recelo es atribuido a los españoles, según la cual éstos construyeron en las proximidades un fuerte con capacidad para 200 soldados y la principal misión de volar el puente en caso de guerra con Portugal.
Lo que sí documentan las crónicas de la época es el acto de inauguración del puente, presenciado por unas 20.000 personas de las dos orillas bajo una lluvia torrencial, y que reunió en el centro a dos trenes arrastrados por las locomotoras Alfonso XII, desde el lado español, y Valença, desde el lado portugués, engalanadas con escudos y banderas, donde viajaban las autoridades respectivas.
A estas alturas del paseo, el pequeño Joel y su hermano Aarón se han hecho con los mandos del barco y ponen rumbo al muelle bajo la atenta mirada del capitán. El sol parece abrirse paso entre las nubes cuando tocamos puerto, y es en ese momento cuando Joel se erige en portavoz de todo el pasaje y pronuncia su indiscutible veredicto sobre nuestro paseo fluvial.
in Vivir Galicia
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