segunda-feira, 7 de fevereiro de 2011

El Puente internacional de Tui Valença


Hoy en día los gallegos y portugueses vamos de un país a otro sin ningún tipo de barrera que nos haga visible que atravesamos una frontera internacional, pero hasta hace relativamente poco esto no era así, sobre todo en la frontera occidental donde el río Miño dejaba clara la división entre los habitantes de las dos orillas. Antes de la construcción de los nuevos puentes internacionales, la entrada en Portugal se hacía cruzando el río a través del puente internacional de Tui o en los viejos transbordadores (como los de Goián, Salvaterra o Caminha, aún en funcionamiento) con controles de pasaportes, barreras y hasta registros de los coches en busca de azúcar, café, leche o manteles, sobre todo en el antiguo puente internacional construido entre Tui y Valença do Minho, símbolo de la unión (y desunión) entre Galicia y el norte de Portugal durante más de 100 años.

Este puente cuenta ya con 126 años y con mucha historia a sus espaldas: su diseño se le atribuye popularmente a Gustave Eiffel, pero nada más lejos de la realidad, entre otras cosas porque el ingeniero francés estaba trabajando en el diseño de la Estación Central de Santiago de Chile (la Estación Alameda) cuando se acabó la construcción del puente en 1884. Pero aunque el puente no sea obra de Eiffel, sí que es evidente su influencia en el diseño, ya que él puso de moda las construcciones de metal en todo el mundo a finales del siglo XIX.
La iniciativa de construir el Puente Internacional de Tui surgió como consecuencia de una Real Orden de Isabel II, de fecha 1º de agosto de 1864, por la cual se nombraba una comisión que estudiase el enlace de las líneas de ferrocarriles españolas con las portuguesas. Su diseño se encargó al ingeniero riojano Pelayo Mancebo y la firma belga Braine-le-Compte fue la adjudicataria de las obras.
Durante los años precedentes a su construcción se realizaron diversos diseños y se discutieron todos los detalles, que fueron seguidos muy de cerca por la sociedad gallega a través de la prensa al ver en el nuevo puente una gran oportunidad de crecimiento económico gracias a la unión de la región con las grandes ciudades portuguesas. El diseño final contemplaba un gran soporte de celosía de vigas continuas de gran altura, rotuladas, que soportan dos tableros o pasarelas: el superior se estableció para el paso del ferrocarril y el inferior se destinó al tránsito carretero de entonces, hoy tránsito rodado, habilitando en este tablero dos pasarelas laterales para el paso de peatones. El puente fue dotado de luz eléctrica dos años después de su inauguración en 1886.
El coste de su construcción ascendió a 1.259.143 pesetas, que se repartieron los gobiernos español y portugués: a España le correspondió el pago de 637.434,86 pesetas y a Portugal las 621.708,14 pesetas restantes, convirtiéndose así en propiedad de los dos países. Como dato curioso, señalar que el gobierno español acordó la construcción de un fuerte cerca del río con capacidad para 200 soldados, cuya principal misión sería volar el puente si hubiese necesidad en caso de guerra con Portugal, y estableciendo para ello hornillos de mina en el margen norte del puente.
Aunque la construcción del puente se acabó en 1884, su inauguración se realizó el 25 de marzo de 1886, tras casi dos años de pruebas y problemas (durante 1885 se desató una epidemia de cólera en España que obligó a cerrar la frontera hasta 1886). Era un día lluvioso cuando las locomotoras Alfonso XII y Valença se encontraron en mitad del puente ante la atenta mirada de más de 8.000 personas de las dos orillas, que fueron llegando en trenes especiales durante los 4 días anteriores a la inauguración. Este momento fue recogido por el Faro de Vigo de la siguiente manera:
“Poco después de las nueve de la mañana los convoyes avanzaban hasta encontrarse en mitad del puente y darse el beijo las locomotivas, unidas durante unos minutos por los parachoques frontales mientras la multitud apiñada a una y otra orilla contestaba con entusiasmo a aquellos vivas y agitaban los sombreros y pañuelos produciendo un efecto muy sorprendente, contemplado desde el centro de la hermosa construcción que se hallaba engalanada con millares de banderas”.
La puesta en funcionamiento de este puente permitió conectar las líneas ferroviarias gallegas con las del norte de Portugal, posibilitando así el viaje en tren a Oporto y Lisboa desde las ciudades gallegas. También contribuyó al desarrollo económico de las poblaciones de las dos orillas –Tui y Valença do Minho- y de los habitantes de la zona, pues hizo aumentar el comercio (y el contrabando) entre las dos orillas. Y no es hasta la adhesión de España y Portugal al Espacio Schengen de la Unión Europea, el 25 de junio de 1991, que esta frontera desaparece y la presentación de pasaportes y el registro de personas y vehículos pasó a formar parte del pasado de la zona.
A lo largo del siglo XX el ferrocarril fue perdiendo su protagonismo sobre el puente, dejando paso a automóviles y camiones y, como consecuencia, a grandes colas y atascos para pasar la frontera (facilitados también por los controles fronterizos) hasta que los nuevos puentes modernos sobre el Miño, sin barreras fronterizas y conectados a las autopistas de los dos países, hicieron que el tránsito por él se redujese al ferrocarril y a un puñado de nostálgicos.
Hoy, más de un siglo después del establecimiento de la conexión ferroviaria entre Galicia y Portugal, el ferrocarril vuelve a ser el protagonista del desarrollo de la zona gracias a la planificación de una línea de Alta Velocidad Ferroviaria entre Vigo y Oporto, cuya construcción ayudará a mejorar las relaciones económicas entre las dos regiones y contribuirá a afianzar los lazos entre las dos comunidades para la creación de una única Euroregión. Esperemos que esta nueva conexión llegue pronto y que dure tanto o más que la que nos ofreció el primer puente entre gallegos y portugueses.
in galiciasemueve

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